lunes, 2 de marzo de 2009

Números rojos: la caída

El principal factor que ha marcado la campaña del FMLN ha sido la contradicción entre el partido y su candidato en torno a un punto esencial: radicalismo o moderación, es decir socialismo o socialdemocracia. La tensión entre ambas concepciones ideológicas ha estado siempre presente a lo largo de toda la historia del FMLN, y se expresó en recurrentes y fuertes pugnas internas. Al final de cuentas, esa disputa se resolvió con la ruptura y salida de los socialdemócratas y la entronización del sector comunista en la cúpula partidaria.

Fue así como el FMLN se presentó a las elecciones presidenciales de 2004 llevando como candidato al líder más emblemático del Partido Comunista salvadoreño, Schafik Hándal. En su campaña, Hándal estableció claramente su negativa a la dolarización, a los Tratados de Libre Comercio y al ALCA; en contrapartida planteó su afinidad total con el proyecto socialista continental encabezado por el coronel Hugo Chávez. En esa ocasión, el FMLN y su candidato incluso reivindicaron abiertamente su solidaridad con las FARC de Colombia, al tiempo que en el Foro de Sao Paulo marcaron su distanciamiento con la izquierda moderada de Brasil y Chile.

ARENA ganó aquellas elecciones con una amplísima ventaja. Sin embargo el FMLN, plantado abiertamente como un partido comunista, obtuvo una votación récord de poco más de ochocientos mil votos. El respaldo a la propuesta comunista había crecido, pero no lo suficiente como para derrotar la vocación conservadora del electorado nacional. En todo caso, esa cantidad de votos convertía al FMLN en una oposición de considerable fortaleza. Después de esa derrota, en un primer momento, los farabundistas se inclinaron por consolidarse en esa posición profundizando aun más su radicalismo.

En consecuencia diseñaron una estrategia basada en el abierto discurso antisistema (las famosas declaraciones de José Luis Merino), y en la permanente agitación confrontativa a nivel de la lucha de calle de sus sectores más radicales, la cual tuvo su momento más dramático en el tristemente célebre episodio protagonizado por Mario Belloso.

El problema de ese diseño era que presentaba un desfase en relación al proyecto revolucionario continental concebido por Fidel Castro y puesto en marcha por el coronel Chávez, quienes más que movimientos contestarios en permanente agitación en las calles de América Latina, necesitaban partidos aliados en el poder, gobiernos amigos.

El problema de un medio viraje

En esas circunstancias, y una vez que los dirigentes del FMLN se convencieron por fin de que el electorado salvadoreño, en su mayoría decisiva, no apoya su proyecto radical, en el sentido de un cambio de sistema hacia el socialismo, decidieron ser representados en la competencia electoral de 2009 por una figura externa y portadora de un discurso socialdemócrata: Mauricio Funes.

Los sectores más radicales de la izquierda, que habían sostenido vigorosamente en las calles las reivindicaciones levantadas por Schafik Hándal, se vieron obligados a replegarse al closet con todo y sus banderas combativas. El protagonismo correspondía ahora a un selecto club de amigos del candidato, ninguno de los cuales presentaba una trayectoria militante en el FMLN, ni aprecio alguno por el norte ideológico de la militancia roja.

Ese paso, que muchos interpretaron como un saludable signo de apertura y flexibilidad por parte del FMLN, tuvo un muy positivo impacto inicial que se tradujo en una creciente sensación generalizada de que la victoria estaba asegurada. La evidencia más sólida en ese sentido la proporcionaba una sostenida y amplia ventaja que reportaban las encuestas y que llegó a promediar los veinte puntos.

Pero hubo algunas pocas voces, que significativamente procedían de la izquierda, por ejemplo la del ex comandante guerrillero Dagoberto Gutiérrez, que tempranamente advirtieron la inconsistencia de la estrategia roja y la fragilidad de la burbuja triunfalista que la misma generó sobre todo en la dirigencia del partido y en el candidato.

La cuestión central radica en que la contradicción entre la moderación y el radicalismo, es decir, entre el discurso del candidato y los estatutos del partido, no fue enfrentada y resuelta en un franco debate interno, sino solo ocultada. Pero ese mismo ocultamiento incomodó crecientemente a la militancia partidaria, obligó al candidato a recurrir sistemáticamente a la ambigüedad, y multiplicó las dudas y las desconfianzas del electorado.

El trabajo político del candidato y sus amigos no fue orientado hacia abajo y a la izquierda del espectro social y político, sino hacia arriba y hacia la derecha, en un claro afán por seducir a grandes empresarios y a otros sectores conservadores. No obstante, los dirigentes del partido y la columna vertebral de su militancia continuaron reivindicando, con mayor o menor énfasis, su orientación radical, anulando con la mano izquierda lo que el candidato se esforzaba por construir con la derecha.

El resultado concreto de todo ello fue que ya en las urnas, el 18 de enero, se evaporó la amplia ventaja que señalaban las encuestas. La caída fue dramática, impactó considerablemente la moral roja, estimuló el reagrupamiento de toda la derecha, repontenció la campaña arenera y perfiló una nueva derrota del FMLN